En Conexiones Invisibles, Mariko Kumon teje formas que parecen suspendidas en un suspiro. Sus materiales—hilos, alambres, tejidos—no están simplemente dispuestos: están en relación. Cada obra es un punto de tensión suave, un equilibrio precario que no se rompe, pero vibra.
Las instalaciones habitan el espacio con delicadeza. Se sienten más que se ven. Hay algo que se sugiere, que flota entre lo íntimo y lo colectivo, entre el gesto mínimo y el silencio que lo rodea. No hay estridencia. Hay pulso.
Kumon trabaja con lo efímero, con lo que cambia con la luz, con el aire, con el tiempo. Lo que sostiene a sus piezas no siempre es visible, pero está ahí: sosteniéndolas, sosteniéndonos.
Esta exposición es una invitación a mirar de cerca. A detenerse en aquello que apenas se insinúa. Porque, a veces, lo que une no necesita tocar.